NÁUFRAGOS DE UN ASADO EN LA ANTÁRTICA

NÁUFRAGOS DE UN ASADO EN LA ANTÁRTICA, AÑO 1976.
Historia contada por Carlos Saldivia Rojas Suboficial Mayor Naval (R)

A continuación una historia narrada, en uno de los tantos eventos de cámaras, por el Capitán de Navío Aviador Naval don Christian De Bonnafos Gándara.

«A mediados del mes de febrero del año 1976, habíamos terminado los trabajos de la Comisión Antártica iniciada en Noviembre del año anterior y navegábamos hacia un punto de fondeo para trincar para la mar, descansar y dormir antes del cruce del Paso Drake».

«Era un día de tranquilidad, soleado y en calma y todo parecía que estuviéramos en Valparaíso, si no fuera por los hielos y la baja temperatura del agua. Alguien sugirió que era el momento indicado para hacer un asado de despedida en tierra y hasta el Comandante Franklin GONZÁLEZ enganchó con la idea».

«Fondeamos a unas 10 millas de la Base Frei, en un sector de la Península Ardley, con posibilidades de salir de ahí sólo por aire o por mar. Sólo quedó la Guardia a bordo y el resto bajó a tierra en las tres embarcaciones de madera motorizadas del buque. La última embarcación fue la de los Aviadores Navales que habíamos recién terminado un vuelo».

«Al llegar a tierra, como oficial al mando de la embarcación se me olvidó calcular la marea y nos despreocupamos de nuestro bote, pensando que nunca habíamos tardado más de 30 minutos a una hora en nuestras estadías en tierra sin los helicópteros. El asado estaba casi a punto cuando llegamos y fue un agrado compartir el buen espíritu y camaradería con todos los marinos, después de varios meses de duro trabajo y en especial en este día tan extraordinario meteorológicamente».

«Se jugó el consabido partido de fútbol mientras otros le daban a la conversa y todo acompañado de unos buenos mostos o cerveza que habían quedado al término de esta comisión en el Continente Helado. El Cocinero ya repartía por tercera vez trozos de asado y se preparaba el café cuando se sintió una suave ráfaga de viento a la que nadie hizo caso. A los 5 minutos la ráfaga se repitió y luego el viento comenzó a soplar crecientemente para terminar con aires huracanados y se comenzó el repliegue a la carrera hacia los botes llevando cada cual lo que podía».

«La embarcación de los Aviadores Navales (a mi mando) estaba varada en tierra. Como todos los botes se fueron al buque no había a nadie a quien pedir ayuda para devolver al agua la embarcación. Entre los 15 que quedamos, con algunos refuerzos que no se alcanzaron a ir antes, tuvimos que hacer lo que vimos de niños en películas de piratas, es decir poner los remos (que no pensábamos usar) bajo la quilla y empujar deslizando el bote hasta que estuvo a flote. Esto requirió que varios nos metiéramos al agua hasta el cuello mientras uno como broma sumergió la cabeza, pese a mi recomendación».

«El frío del agua picaba la piel (era -1,5 º C, comprobé a bordo) y llegando al buque envié a todos de inmediato a una ducha caliente, mientras que el que sumergió la cabeza terminó en la enfermería hasta el día siguiente y con problemas iniciales que afortunadamente no fueron tan graves como parecía (la explicación médica fue que todo el cuerpo tiene protección para el frío, excepto la cabeza, rodeada sólo de huesos)».

«Llevábamos una hora navegando con viento, fuertes olas y una niebla que avanzaba a bajo nivel, cuando escuchamos al Comandante llamando a su Mayordomo que no se veía por ninguna parte. Como no apareciera el Mayordomo, el Segundo Comandante, Capitán Francisco LE DANTEC, decidió hacer una llamada para ver si había otro ausente. Se contabilizaron tres ausentes. Nos devolvimos con el buque hacia la costa donde habíamos disfrutado el merecido asado y la niebla baja no dejaba ver nada más allá de 50 a 100 metros, el viento soplaba sostenido a 30 nudos y las olas eran muy grandes como para echar al agua una embarcación».

«Considerando que nuestros tres co-navegantes náufragos debían ser rescatados a la brevedad porque las condiciones de tiempo no tenían visos de cambiar, los dos pilotos (George Thornton y yo) sugerimos la única solución que nos parecía viable: yo volaría el Naval 13 controlado por radar por el teniente Thornton desde el buque. Teníamos claro con George que yo no podía perder de vista el agua porque esos helicópteros no tenían instrumentos de vuelo (sólo un compás magnético que bailaba frente al Piloto y altímetro)».

«La Antártica es el único lugar en que he visto neblina con viento, en todas partes se disipa la niebla en esas condiciones. Volé a ras del agua y con fuerte viento en contra guiado por George Thornton hacia la playa del asado, teniendo que rodear varios témpanos en el camino, que se apreciaban como una neblina más luminosa que el resto y que me hacía presente mi radio controlador».

«Después de varios largos minutos llegué finalmente a la playa y mi sorpresa fue que había no tres…sino cinco náufragos con caras de asustados (seguramente estaban preocupados al pasar varias horas sin ver nada y sin ropa especial de abrigo ni equipo de comunicaciones, hasta mi llegada)».

«Como máximo podía llevar a dos personas así que me llevé a los menos antiguos y con menos experiencia, dejando a los otros tres con instrucciones de ponerse al resguardo de unas piedras y hacer gimnasia hasta mi regreso (por si me atrasaba o no podía regresar pronto). El volver con 30 nudos de viento a favor fue mucho más difícil que la ida y costaba más hacerle el quite a los témpanos. Al ver al buque tuve que pasar de largo y luego regresar contra el viento hasta aterrizar a bordo».

«El segundo viaje fue similar al primero y traje a un solo náufrago dejando en tierra a dos, que se podían cooperar y levantar la moral mutuamente si yo no regresaba pronto. Con el tercer viaje logramos llevar a bordo a los últimos dos náufragos y se dio por terminado el rescate, para gran felicidad de los afectados».

«Por supuesto que esos cinco marinos fueron retados latamente por el Segundo Comandante (igual a como recordaba haciéndolo a mi madre, cuando con mi hermano mayor habíamos hecho algo que podía ser peligroso). La explicación fue que habían decidido ir a caminar por los alrededores y que como el tiempo estaba tan agradable, nunca pensaron que podía pasar algo así y tan rápido, y no se dieron cuenta cuando todos los demás se habían ido a bordo».

«Cuando nos juntamos varios colegas pilotos, esta es una de las experiencias antárticas de vuelo que recuerdo con alegría y siempre es apreciada como un chascarro simpático y con un buen final».

En la imagen, los Teniente 1os. (de la época) Christian de BONNAFOS Gándara (con chaleco salvavida puesto) y George THORNTON Mc Vey.

 

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